A alguien se le olvidó cómo era el cuento.

Cuando el cerdito entró en su casa notó enseguida que alguien había tomado de su sopa. Con recelo se dirigió a su habitación, donde los ronquidos delataron a alguien durmiendo en su cama. Era el lobo vestido de abuela, con una ridícula peluca rubia que hizo soltar la carcajada al asustado marrano. El depredador despertó violento y corrió tras su víctima, pero los tacones de cristal no le permitieron alcanzarlo, pues veloz logró refugiarse en casa de su hermano. Pero, en un instante ambos se sobresaltaron al escuchar que alguien tocaba la puerta. Era el lobo otra vez, ofreciendo una jugosa manzana al puerquito que se la abriera. Claro, ninguno aceptó la oferta, solo imaginarse con semejante fruta entre los dientes les trajo el recuerdo del triste final de su amado padre. La espera impacientó al hambriento que soplando de rabia mandó a la mismísima Oz la endeble casita. Pero nada logró, pues los intrépidos chanchos se escondieron en un reloj, tan pesado, que ni se movió. En un descuido de su desdichado enemigo los pequeños corrieron a casa de otro de sus hermanos (en realidad eran un montón). Obviamente, el lobo los siguió. Pero al llegar se olvidó de comer cochino, pues prefirió tragarse aquella deliciosa morada hecha de confites. (Dicen que fue tanto lo que comió que tuvieron que abrirle la barriga en una operación, y lleva ya cien años dormido por el efecto de la anestesia. Si usted quiere verlo, puede ir a la guarida de los siete enanos, quienes lo exhiben en una vitrina con espejos parlanchines).