


Aquel cuerpo era su obsesión. No se cansaba de contemplarlo. Detenía su mirada en cada curva, deleitándose en la perfección de sus formas. La turgencia de sus pechos, el vientre torneado, las largas piernas... Era sin duda perfecta, una diosa entre mortales.
Antes de retirarse del espejo sintió un profundo escalofrío que la hizo agarrarse al lavabo para no caer. Allí, en la cara interna de sus muslos pudo distinguir lo que parecían un par de finas líneas rojizas, No podía ser, eran, eran…¡¡ESTRIAS!!
Mario Sorní, sept 2020
y comenta
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Corto pero muy bueno, me gustó, gracias por comentar en mi escrito.El Mal de Afrodita. Muy extendido.Cuanta más perfección, mayor el escalofrío! Pero para ambos sexos, no creas. Saludos, Mario.