


LA ÚLTIMA ESTACIÓN
Amor |
03.02.08
Sinopsis
LA ÚLTIMA ESTACIÓN
Llegó el día de su cumpleaños del mes de junio. Como la última década, todos los veranos habían sido calurosos excesivamente. Cumplía cuarenta y seis. Seguía siendo una mujer bella. Incluso ahora, rayando los cincuenta, era más atractiva, más deseable y, sobre todo, más segura de lo que realmente quería.
Había pasado por una separación matrimonial, por varias relaciones de pareja esporádicas; tenía un hijo de diecinueve años y llevaba tiempo viviendo con un hombre mayor que ella, que la daba tranquilidad afectiva y estabilidad económica.
Pensó en su vida, en lo que afortunadamente ya no tenía, en lo que había conseguido hasta el momento, en lo que añoraba también. Pensó en él. Llevaba tiempo sin hacerlo o tal vez siempre lo había hecho pero hacía años que no con tanta intensidad. Recordó los maravillosos momentos junto a José. Sus caricias, sus besos, sus palabras de amor, su voz, su olor.....
Varios hombres durante su vida la habían querido, otros, los menos, la habían adorado sin medida. Entre estos últimos estaba José.
Su hijo, como era normal y a pesar de vivir en casa, llevaba su vida. Cada vez pasaba más tiempo fuera del hogar, con lo que su madre lo veía menos. Raro era el fin de semana que dormía en casa y pasaba largas temporadas con su padre. Años atrás, los fines de semana y el tiempo que no empleaba en trabajar, Usoa, que así se llama la protagonista de esta historia, tenía como cualquier madre la responsabilidad de ocupar casi todo su tiempo libre en cuidar a su hijo. En educarlo e intentar que con los años fuera un hombre de provecho. Y había cumplido su responsabilidad con creces. A veces, incluso, sacrificando alguno de sus sueños que pudieron ser realidad y no llegaron a serlo por poner en primer lugar la estabilidad tanto económica como afectiva de su hijo.
La vida de Usoa era rutinaria. Su trabajo, su casa, las cenas de fin de semana con su pareja, ir de copas con amigos... Vivía tranquila, sin problemas, pero no estaba enamorada de su compañero o al menos no tenía esa necesidad imperiosa de estar junto al ser amado. Si estaba enamorada, cosa que solo sabía ella, no sentía latir su corazón acelerado, ni se ponía nerviosa al verlo. Tal vez la convivencia había matado no el cariño, pero sí el verdadero amor y la pasión.
Pensó en José, insistentemente. Recordó los momentos de amor y placer junto a él. Sus manos, sus ojos, su boca, el sabor de sus besos, sus dulces caricias...
José, quiso a Usoa como a ninguna otra mujer. Nada ni nadie le volteó tanto como ella. Fue un manantial de agua fresca para su sed. Una bocanada de aire puro para sus pulmones. Fue... lo que más quiso.
No pudo superar dejar de verla. Tras la ruptura trabajó un par de años más, se prejubiló y se marcho de Madrid intentando olvidarla. No podía vivir en la misma ciudad que su amada sin intentar verla y tampoco tenía el derecho de perturbar la vida de Usoa.
José compró en un pueblo de Castilla un sotechado de dos plantas que antiguamente había sido utilizado para guardar grano y utensilios de labor. Poco a poco fue habilitándolo como vivienda. Estaba a la entrada del pueblo, donde empiezan los arrabales, cercano a una antigua fuente de agua fresca de manantial. Tenía un amplio zaguán con suelo de pedernal y un gran ventanal enrejado a la calle, un cuarto de baño, una cocina con
Llegó el día de su cumpleaños del mes de junio. Como la última década, todos los veranos habían sido calurosos excesivamente. Cumplía cuarenta y seis. Seguía siendo una mujer bella. Incluso ahora, rayando los cincuenta, era más atractiva, más deseable y, sobre todo, más segura de lo que realmente quería.
Había pasado por una separación matrimonial, por varias relaciones de pareja esporádicas; tenía un hijo de diecinueve años y llevaba tiempo viviendo con un hombre mayor que ella, que la daba tranquilidad afectiva y estabilidad económica.
Pensó en su vida, en lo que afortunadamente ya no tenía, en lo que había conseguido hasta el momento, en lo que añoraba también. Pensó en él. Llevaba tiempo sin hacerlo o tal vez siempre lo había hecho pero hacía años que no con tanta intensidad. Recordó los maravillosos momentos junto a José. Sus caricias, sus besos, sus palabras de amor, su voz, su olor.....
Varios hombres durante su vida la habían querido, otros, los menos, la habían adorado sin medida. Entre estos últimos estaba José.
Su hijo, como era normal y a pesar de vivir en casa, llevaba su vida. Cada vez pasaba más tiempo fuera del hogar, con lo que su madre lo veía menos. Raro era el fin de semana que dormía en casa y pasaba largas temporadas con su padre. Años atrás, los fines de semana y el tiempo que no empleaba en trabajar, Usoa, que así se llama la protagonista de esta historia, tenía como cualquier madre la responsabilidad de ocupar casi todo su tiempo libre en cuidar a su hijo. En educarlo e intentar que con los años fuera un hombre de provecho. Y había cumplido su responsabilidad con creces. A veces, incluso, sacrificando alguno de sus sueños que pudieron ser realidad y no llegaron a serlo por poner en primer lugar la estabilidad tanto económica como afectiva de su hijo.
La vida de Usoa era rutinaria. Su trabajo, su casa, las cenas de fin de semana con su pareja, ir de copas con amigos... Vivía tranquila, sin problemas, pero no estaba enamorada de su compañero o al menos no tenía esa necesidad imperiosa de estar junto al ser amado. Si estaba enamorada, cosa que solo sabía ella, no sentía latir su corazón acelerado, ni se ponía nerviosa al verlo. Tal vez la convivencia había matado no el cariño, pero sí el verdadero amor y la pasión.
Pensó en José, insistentemente. Recordó los momentos de amor y placer junto a él. Sus manos, sus ojos, su boca, el sabor de sus besos, sus dulces caricias...
José, quiso a Usoa como a ninguna otra mujer. Nada ni nadie le volteó tanto como ella. Fue un manantial de agua fresca para su sed. Una bocanada de aire puro para sus pulmones. Fue... lo que más quiso.
No pudo superar dejar de verla. Tras la ruptura trabajó un par de años más, se prejubiló y se marcho de Madrid intentando olvidarla. No podía vivir en la misma ciudad que su amada sin intentar verla y tampoco tenía el derecho de perturbar la vida de Usoa.
José compró en un pueblo de Castilla un sotechado de dos plantas que antiguamente había sido utilizado para guardar grano y utensilios de labor. Poco a poco fue habilitándolo como vivienda. Estaba a la entrada del pueblo, donde empiezan los arrabales, cercano a una antigua fuente de agua fresca de manantial. Tenía un amplio zaguán con suelo de pedernal y un gran ventanal enrejado a la calle, un cuarto de baño, una cocina con
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precioso, un saludoLo que mas me ha gustado de todo lo que lei de ti. Un saludoretransmitiste muy bien los sentimientos, el momento, la decisión....
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