


Diego López nunca había creído en el tema manido de la mala suerte hasta aquella mañana en que estaba presenciando el desfile de parte de los integrantes del Circo Popof de Tirana por la avenida principal de la pequeña localidad donde él vivía. Había mucha gente concitada, gente mayor y principalmente los niños pequeños acompañados de sus padres. Diego estaba subido aferrado en lo alto de una farola para verlo todo desde una perspectiva privilegiada. Aunque tuviera ya cuarenta años, seguía siendo muy habilidoso para encaramarse a los árboles y similares. Todo iba de perlas. Pasaron ante él los malabaristas, los payasos, los cocodrilos bien amarrados por el domador, un cortejo de bailarinas del vientre… Entonces llegó la jirafa. Su cabeza pasó a la misma altura que la de Diego, y por algún motivo extraño, le dio por mordisquearle la oreja derecha. El pobre hombre llamó la atención de todos con sus alaridos de dolor. Se soltó del cuerpo de la farola y cayó justo en el centro del asfalto por donde discurría el desfile. Despatarrado como estaba, justo al girar la cabeza vio la enorme pata de un elefante que iba a posarse sobre su desdichada figura…
Tuvo suerte. Sufrió una cantidad de politraumatismos, además de una pierna fracturada, más cuarenta puntos de sutura en la nalga derecha, pues fruto de la impresión, al domador de los cocodrilos se le soltó una de las correas y el ávido reptil cerró con firmeza sus mandíbulas en la zona más blanda y jugosa de Diego.
Se puede decir que desde esa fecha infausta, Diego López aceptaba la existencia del infortunio con la misma facilidad que uno se declaraba hincha del Madrid o del Barcelona.
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Pobre hombre XDJajajaja, así me gusta... tienes sentido del humor, muy, muy gracioso... no creo que vuelva a subir más a una farola... me ha gustado muchisimo. Un beso.Jajajaj, muy divertido.
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Escribo relatos cortos de terror, donde nunca jamás habrá un final feliz (eso se lo dejo a las series y las pelis).