


martin
Reales |
21.04.08
Sinopsis
El salón de actos, de unos cien metros cuadrados albergaba ciento cincuenta sillones de moqueta azul USA, al frente, una especie de escenario con cortinaje a juego y en el lateral derecho, tres grandes ventanales deberían dejar entrar un torrente de luz y, sin embargo, unas pesadas cortinas de terciopelo empolvadas,los tapaban por completo no dejando mas alternativa que encender los cuadrantes de luz del techo.
Este ambiente lúgubre y rancio le producía mucha grima y escozor en los ojos.
Habían transcurrido ya tres horas de ponencia y ella empezó a volar. Debía permanecer otras dos horas más sentada, pero su cabeza no soportaba ya mas palabrería, ni más teorías avaladas por infinidad de transparencias. No la pudo contener, a pesar de que su conciencia le recriminaba el hecho de haber perdido por completo el hilo de la charla.
No sabía por qué su mente, siempre caprichosa, quiso acordarse en ese preciso momento del último libro que había terminado hacía sólo dos días. ¿Cómo podía un chico tan joven escribir algo así? Se había quedado realmente impactada por su forma de redactar. La genialidad de su prosa, la claridad de sus ideas, la versatilidad de su vocabulario. ¡Que envidia! Y al mismo tiempo ¡que frustración!.
Ella había realizado sus primeros pinitos con la escritura. Incluso un día se atrevió a presentar uno de sus cuentos a un concurso local con verdadera ingenua ilusión. Por supuesto no resultó ganadora, pero siguió intentándolo con sincera pasión. Colgaba sus relatos en la red y los regalaba a sus amigos como si fuesen verdaderas joyas, porque eran trozos de su corazón.
Sin embargo, hoy, en esta sala oscura y tenebrosa, se sintió ridícula al rememorar aquel libro brillante y compararlo con sus escritos.
Quizás el ambiente, quizás el tono de voz monótono del ponente, que le resultaba repelente, quizás sus compañeros de curso que la aislaban al estar tan atentos a las palabras del profesor mientras que ella hacía ya rato que había desconectado. El ánimo con el que entró allí había caído en picado y quizás por todo ello, decidió que no volvería a escribir más porque sus relatos comparados con los de aquél chico llamado Martin Amis eran patéticos.
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Después de haber leído tus relatos cortos, tú forma de escribir, tu prosa. Ahora me siento como si yo fuera Amapola, y tú este Martín.
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