


PÁNICO EN EL CEMENTERIO
Reales |
07.02.08
Sinopsis
PÁNICO EN EL CEMENTERIO
Voy a contar un suceso estremecedor y macabro que ocurrió durante la Segunda República Española, poco antes de nuestra última guerra civil (la cuarta en cien años), en el apacible pueblo madrileño de Boadilla del Monte.
De los labios de un octogenario escritor y periodista, mi abuelo José, con quien sostengo amenos coloquios, conocí este trágico y horripilante suceso que está en las hemerotecas, pues se publicó en los diarios de entonces.
Los enterradores del cementerio de aquella localidad hacían una mañana sus habituales tareas de limpieza y mantenimiento del solitario y melancólico recinto cuando oyeron aterrados unas voces angustiosas y apagadas que pedían auxilio. Voces que salían de un nicho vecino.
Presos de un pánico indecible echaron a correr con dirección al pueblo. Allí les tranquilizaron y, acompañados de algunos lugareños, regresaron al campo santo para descubrir el misterio que tanto les había asustado a pesar de su fúnebre oficio.
Abierto el nicho y sacado el ataúd vieron el cadáver de un pastor de quince a diecisiete años de edad enterrado a última hora de la tarde del día anterior. Enterrado vivo a causa de ese terrible fenómeno llamado catalepsia que, con todas las características físicas y legales del rigor mortis, ha engañado y engaña a los familiares del difunto y a los médicos forenses. El pobre pastorcillo como en los innumerables casos recogidos en el alucinante libro “Despertar en la tumba”, tenía las uñas clavadas en la tapa del féretro.
¡Tremenda agonía la suya!. Igual que la del fraile alemán Tomás de Kempis, autor de cuarenta y cinco tratados de literatura mística, famoso mundialmente por su obra titulada “Imitación de Cristo”, más conocida por “el Kempis”. Le inhumaron vivo en estado cataléptico, según se demostró al ser exhumado el cuerpo años después.
El ilustre historiador y concejal madrileño de la segunda mitad del siglo diecinueve, Ángel Fernández de los Ríos, alude de pasada a estas desgarradoras situaciones en su documentado y formidable libro “Guía de Madrid”.
Situaciones de pesadilla de las cuales no se escapa tampoco la incineración o cremación. ¿Cuál es la peor de ellas?.
¡Y la tremenda obsesión de tantas personas al pensar que sus seres queridos se hallaban vivos tal vez cuando fueron enterrados o incinerados!.
Todo unido al pavor supersticioso de muchas gentes a los muertos. Lo que impidió que se salvara el joven protagonista de este relato por no abrir el nicho a tiempo.
Mejor es no pensarlo.
Madrid, julio de 2002
Fernando José Baró.
Voy a contar un suceso estremecedor y macabro que ocurrió durante la Segunda República Española, poco antes de nuestra última guerra civil (la cuarta en cien años), en el apacible pueblo madrileño de Boadilla del Monte.
De los labios de un octogenario escritor y periodista, mi abuelo José, con quien sostengo amenos coloquios, conocí este trágico y horripilante suceso que está en las hemerotecas, pues se publicó en los diarios de entonces.
Los enterradores del cementerio de aquella localidad hacían una mañana sus habituales tareas de limpieza y mantenimiento del solitario y melancólico recinto cuando oyeron aterrados unas voces angustiosas y apagadas que pedían auxilio. Voces que salían de un nicho vecino.
Presos de un pánico indecible echaron a correr con dirección al pueblo. Allí les tranquilizaron y, acompañados de algunos lugareños, regresaron al campo santo para descubrir el misterio que tanto les había asustado a pesar de su fúnebre oficio.
Abierto el nicho y sacado el ataúd vieron el cadáver de un pastor de quince a diecisiete años de edad enterrado a última hora de la tarde del día anterior. Enterrado vivo a causa de ese terrible fenómeno llamado catalepsia que, con todas las características físicas y legales del rigor mortis, ha engañado y engaña a los familiares del difunto y a los médicos forenses. El pobre pastorcillo como en los innumerables casos recogidos en el alucinante libro “Despertar en la tumba”, tenía las uñas clavadas en la tapa del féretro.
¡Tremenda agonía la suya!. Igual que la del fraile alemán Tomás de Kempis, autor de cuarenta y cinco tratados de literatura mística, famoso mundialmente por su obra titulada “Imitación de Cristo”, más conocida por “el Kempis”. Le inhumaron vivo en estado cataléptico, según se demostró al ser exhumado el cuerpo años después.
El ilustre historiador y concejal madrileño de la segunda mitad del siglo diecinueve, Ángel Fernández de los Ríos, alude de pasada a estas desgarradoras situaciones en su documentado y formidable libro “Guía de Madrid”.
Situaciones de pesadilla de las cuales no se escapa tampoco la incineración o cremación. ¿Cuál es la peor de ellas?.
¡Y la tremenda obsesión de tantas personas al pensar que sus seres queridos se hallaban vivos tal vez cuando fueron enterrados o incinerados!.
Todo unido al pavor supersticioso de muchas gentes a los muertos. Lo que impidió que se salvara el joven protagonista de este relato por no abrir el nicho a tiempo.
Mejor es no pensarlo.
Madrid, julio de 2002
Fernando José Baró.
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Que horrorLo del Conde es la leche. Seguro que él también era adultero pero ya se sabe lo machista que ha sido en algunas cosas sigue siendo la sociedad. Un saludo Claudia.Mi abuela Amalie me contó que ésto ocurrió con una antepasada..terrible. En Alemania, cerca de mi antígua casa existe también un lugar, dónde ( según la leyenda) un conde enterró a su mujer viva por pillarla en un adulterio..grrrrrrrr q horror!!Hace pocos días, ha vuelto a ocurrir. sólo qué aún no lo habían incinerado, imagínate el susto de los familiares, y en estos tiempos- P.D. Qué no nos pase. Saludos
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