


Aquella fresca mañana de abril parecía deparar un día normal. A las ocho en punto, el martilleante timbre del despertador sacó a Pedro de un plácido sueño. Con los ojos aún cerrados y soltando por su boca los más variados exabruptos, dio un manotazo sobre el objeto que le había devuelto a la realidad, comprobando así que el gozo que sentía al levantar la Copa de Europa con la Camiseta del Real Madrid, habiendo logrado él el tanto del triunfo en la final, formaba parte del mundo de lo irreal.
Una vez que el sonido del silencio volvió a invadir su habitación, un destello fugaz en su mente motivó que su fastidio inicial fuese sustituido por otro sentimiento que invadió su corazón. Había recordado que aquel no era un día corriente, sino el “Gran Día”. Había llegado, al fin, el momento en que le diría a Marta que estaba enamorado de ella desde el primer instante en que la conoció en la facultad.
Pedro tenía veintitrés años y nunca se había declarado a una chica. Era un joven desgarbado, introvertido y soñador, que durante casi toda su vida había permanecido sumergido en su propio mundo interior. Aquel donde nadie podía entrar y, por tanto, nada podía hacerle daño. Pero una dulce chica morena, de oceánicos ojos marrones y sonrisa cautivadora, le había hecho cambiar. Aunque antes que su indudable atractivo físico, lo que realmente le animó fue su latente bondad, humanidad y sencillez. En la facultad era la única persona que no tenía reparos en acercarse a él, tratándole con confianza e, incluso, cariño.
Pedro sentía que había llegado la hora de dejar a un lado su eternos temores e intentar vivir la vida. Y sabía que en Marta estaba la felicidad. Al menos se debía a sí mismo intentarlo. Así, se levantó de la cama con decisión. Tenía el corazón acelerado. Se duchó, vistió y desayunó a la carrera. Cuando ya se iba se topó de bruces con su madre. Tras besar su mejilla y dedicarle la más radiante de los sonrisas, se despidió de la mujer que siempre le comprendió y le apoyó.
Cuando Pedro dobló la esquina, una bomba adosada a un coche segó su vida y la de otras quince personas más. Dieciséis esperanzas, para las que aquel era un día normal, fueron aniquilados de forma indiscriminada por la barbarie y el odio terrorista.
Miguel Ángel Malavia Martínez
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Muchas felicidades por ser relato del mes,te lo mereces, y los envidiosos que se aguanten,besosLo peor es q, al fin y al cabo... sí era 1 día normal.Por la potencia de la bomba no me cave duda de que Pedro y María vivían en Bagdad.Un brusco y violento final que segó las esperanzas del protagonista y las del dedicado lector. Un saludo!
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Todo día es bueno para homenajear al más grande de todos los poetas: el loco Don Quijote, custodio de la fraterna utopía.
Con los héroes de Charlie Hebdo. Aunque no compartiera muchos de sus postulados ni la forma de expresarlos, ¡siempre con la libertad de expresión!
Como cada año, mi homenaje a las ánimas de rostro global...
Evidentemente, no manejo eso de juntar versos. Pero, desde el cariño, vaya desde aquí mi homenaje por Don Alfredo.
Hay quien no le gusta que aquí el deporte sea un tema de inspiración... Pero yo insisto, pues además va en clave de humor. O eso pretendo.
Unos días después, pero aquí llega mi particular homenaje a Gabriel García Márquez. Una parte de este relato es muy real, ¿eh?
Mi homenaje al maestro Paco de Lucía, que hoy nos ha dejado muy huérfanos.
Aquí, tratando de pegar un bocado a la dura corteza que cubre este mundo nuestro para vislumbrar qué hay realmente dentro... Advierto: es una impresión muy personal.


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Conquense y madrileño, licenciado en Historia y Periodismo, ejerzo este último. Libertario y comunitarista, voto al @Partido_Decente. Mi pasión es escribir.