


De pie, fumando un cigarrillo, esperaba en una esquina. Precisaba de poco para ocupar aquel lugar. Una minifalda y un corpiño incapaz de contener sus formas componían el grueso de su vestuario, a los que se sumaban como únicos complementos una peluca con toques azulados y un bolsito de mano. Abajo, unos tacones infinitos remataban su breve atuendo.
Entre calada y calada el sol se ocultó rápido tras los edificios que la rodeaban. Tenía un poco de frío. Mientras se reajustaba el corpiño, un coche se detuvo a sus pies. La ventanilla se deslizó suavemente hasta mostrar a un hombre de mediana edad oculto por unas gafas de espejo. Sonriente, la miro de arriba a abajo, y sin decir más la largó un billete de cien euros.
¡Joder!, por ese dinero se merecía algo especial, además no estaba nada mal, y ese traje de ejecutivo perfectamente planchado la ponía, así que no se hizo esperar. Un instante después se sentó a su lado, y deslizó la mano bajo los pantalones de aquel hombretón. Parecía tener toda la sangre concentrada en ese punto, estaba ardiendo. Sonrió pícaramente, quería comérsela, pero cuando la rozó con los labios él la apartó:
“No tengas prisa guapa, le dijo mientras arrancaba, mi casa está muy cerca…”.
Hacía tiempo que él no sentía aquello, le hervía la sangre. Antes de traspasar el umbral de su apartamento ya le había bajado el corpiño, dejándole las tetas al aire. Eran enormes y asombrosamente firmes. No tardó en mordisquear y succionar los rígidos pezones, multiplicando su deseo. Ella también estaba muy excitada, y por extraño que pareciera le gustaba, le gustaba y mucho:
“Te voy a chupar este paquetón, como nunca te lo han hecho. No vas a arrepentirte cariño...”.
Justo en ese momento empezó a sonar el móvil de él. Ya lo había hecho cuando aparcaba aunque lo había ignorado. Quería disfrutar del momento, nunca antes había tenido un experiencia semejante y quería rematarla. “A la mierda”, pensó , mientras lo apagaba.
¡No podía ser!, maldita suerte, unos segundos después sonaba otro teléfono. La musiquita procedía del bolsito de ella. Tras recolocarse la peluca y dudar un instante decidió cogerlo. Al otro lado del hilo reconoció la voz de su suegro. Tras un breve intercambio de preguntas y respuestas colgó apresurada, para decirle a su cariacontecido y expectante amante:
“No me vas a creer Antonio, es tu padre, por lo visto te ha llamado varias veces. Dice que el niño ha metido la cabeza en el enrejado del balcón y que no puede sacarla. Así no remontamos, para una noche romántica que planeamos...Este hijo tuyo va a acabar con nuestro matrimonio”.
Mario Sorní, marzo 2020
y comenta
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Me gusto mucho el relato, felicitaciones!!!un relato que engancha enseguida. Y con un final sorprendente. Quizás estas cosas pueden pasar en la realidad. Pues el ser humano puede inventarse cualquier cosa.