


Y si nuestras emociones pudieras ser controladas por el cerebro... que ocurriría?
Y si fuese verdad, y si nuestras emociones pudieran ser controladas, y si hubiera unos seres en nuestro cerebro que pudieran transmitir estados de ánimos, y si fuésemos capaces de regular, de tal manera nuestra vida, que solo existiera la felicidad.
Entré en aquella sala con la idea de que mis hijas disfrutaran de su sesión de cine, de poder contemplar la alegría inmensa que sentían, al saber que, por fin, iban a ver en pantalla grande la proyección de una película.
He de reconocer que no me atraía mucho la idea, que mi afición por el género de terror fue sustituida de un plumazo por el de animación, y esa transición se hizo un poco dura al principio.
Allí en el salón de mi casa, sentado en mi cómodo sofá, cuando una de mis películas favoritas (La matanza de Texas) estaba próxima a terminar, y tras escuchar los primeros llantos del despertar de mi niña de apenas 4 meses, agarré el mando de la tele, cambié de canal y de repente aparecieron unos muñecos tridimensionales, sobre fondo plano, y con colores vistosos que tenían una voz bastante almidonada. Al entrar mi bebé en la habitación, llorando desconsoladamente en brazos de su madre, y ver la pantalla, como si de un milagro se tratara, cesó el llanto y sus ojos se quedaron hipnotizados en aquella televisión. Habíamos descubierto a Pocoyo, a nuestro salvador, a aquellas figuras que nos daban un respiro de paz y sosiego Tras aquella experiencia me fui aficionando a los dibujos animados, más por obligación que por devoción. Por la pantalla de mi televisión aparecían caillou, los lunnis, peppa pig, bob esponja, etc Los capítulos se repetían, pero a mis niñas (que ya eran 2) no les importaban y lo veían, con tanta atención, como si fuera la primera vez. Yo me sabía hasta los diálogos y me había convertido en un auténtico experto, ningún personaje me resultaba extraño, eran parte de nuestra familia.
Aquella tarde, la televisión fue sustituida por una gran pantalla, nuestro humilde sofá por una gran butaca y la bolsa de patatas por una enorme caja de palomitas acompañada de un gran vaso de Coca-Cola. Allí nos acomodamos en nuestra fila nº 13 y las 3 butacas contiguas.
Unos pocos anuncios, se apagaron las luces y comenzó la peli…
A mi lado un horondo señor con su pequeño crío ya entrado en carnes. Su caja de palomitas ocupaba su reposabrazos y también el mío. Sentí un alivio, ya que al poco, quitó esas palomitas de mi apoyabrazos, pero desgraciadamente intuí que había colocado otra cosa, menos voluminosa sin duda, pero con un aroma que empezaba a asomar por mi pituitaria hasta convertirse en un empalagoso y pestilente olor a NACHOS que fueron mi compañía durante toda aquella sesión
.Durante la proyección mis niñas reclamaban mi atención. Las miraba de cuando en cuando para saber si les interesaba lo que estaban viendo. Descubrí que se movían mucho, que giraban la cabeza con frecuencia, que deseaban beber, luego comer y por último ir al baño. Daba la sensación que les gustaba, pero que había cosas que no entendían, incluso a mí me resultaba ciertamente complicado imaginarlo. Quizás mi mentalidad infantil por el peso de las películas de animación acumuladas en los últimos años , me hacía carecer de mi capacidad de reflexión ,para aumentar aquella, más bonita, que era la de mi inocencia y sobre todo la de mi imaginación.
Continuaba observando cómo mis hijas cada vez se distraían menos, viendo aquellas figuras de colores en las que cada una representaba un estado de ánimo alojado en nuestro cerebro, como si de una máquina perfecta se tratara y en la que todo se pudieran controlar. Había lugar para la memoria olvidada y recordada, para los pensamientos e incluso para las distintas estaciones de ánimo.
Mientras contemplaba la película comencé a reflexionar, a pensar el por qué, de todos los estados representados, sólo había uno realmente positivo, la alegría y los demás negativos (tristeza, ira, asco o miedo). Me daba por creer que el mal puede sobre el bien y que, pudiera ser verdad, que existiese dentro de nuestro cerebro aquellos sentimientos que pudieran hacerte ver la vida negra o blanca y que se pudiera controlar. Esbocé una sonrisa imaginando a mis niñas con sólo un sentimiento dentro de su cabeza y que ese, no fuera otro más, que el de la felicidad.
Mientras continuaba con mis ensoñaciones volví a la realidad, con el olor a Nachos y a mis niñas pidiéndome más agua e incluso preguntándome que por qué me sonreía si aquello era más bien triste.
Por un lado dejé de preocuparme de mis niñas y me concentré en la felicidad, en la alegría, cerré los ojos y pude sentir corretear aquellos muñequitos que me hacían ser como era. Lógicamente intenté quedarme con la alegría, pero que sería de un mundo sin lágrimas de amor, cómo podríamos vivir sin miedo, aquél que nos hace sentir que estamos protegidos, como sería posible que el hedor pestilente fuese igual que la fragancia de un perfume, o cómo podríamos imaginar la vida sin sentir esa ira por algo injusto. No sabía con qué quedarme, quizás con todos los sentimientos, podríamos alcanzar la felicidad.
La película estaba terminando y mis niñas continuaban mirando fijamente la pantalla. La mayor quiso aplaudir de alegría, a la pequeña se le saltaban las lágrimas de la emoción yo me quedé contemplándolas, pensando que a las 2 les había gustado la película, pero que habían experimentado sensaciones distintas. En una de ellas prevalecía el muñequito de la alegría y en la otra el de la tristeza, pero ambas se sentían felices. Yo continuaba aguantando ese olor a Nachos que había impregnado todo mi ser y deseaba levantarme para preguntar a mis hijas si les había gustado esa, su primera película en el cine.
Cuando se lo pregunté a la mayor, la sonrisa delataba lo mucho que le había gustado, a la pequeña, sus lágrimas de emoción no podían ocultar lo mucho y bueno que le había transmitido.
Las luces se encendieron, me levanté de mi asiento y no me pude contener. Era tal la ira que llevaba dentro, que debía expulsarla, tal la nausea que me causaban esos nachos que deseaba salir a la calle para respirar aire fresco , y aún reconociendo que no me sentía identificado con lo que estaba a punto de hacer, cuando aún el cine se encontraba prácticamente completo, solté un grito desgarrador, terrible, intenso como jamás pensé que pudiera realizar…mirando a mis niñas, aunque sabiendo que el destinatario lo tenía a mi lado, a ese propietario de Nachos,…cogí fuerza, hinché mis pulmones apreté los puños y…
- QUE AAAASCO DE OLOOOOR!!!
Tal fue el impacto, que a mis hijas, del susto, se les reclinó la silla y yo, al levantarme con tanto garbo resbalé con algo y caí justo encima de los pestilentes nachos. En ese momento experimenté una emoción que no aparecía en la película, el ridículo, pero eso sí, conseguí que el cine en pleno sólo tuviese un muñequillo en su cerebro y ese era el de la alegría, la felicidad, la carcajada más profunda
Me temo que en mi cerebro estuvo muy presente durante casi toda la película el asco, casi finalizando la misma la ira compartió su silla e hice despertar al susto del cerebrito de mis hijas Un espontaneo llamado ridículo consiguió que únicamente quedara en la sala la alegría.
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Tan fea era que hubo que sacar una Ley por la cual se multaba a quien osara exponerla en público.
No quise conocerte, pero dependo de ti. Maldigo el día en que hiciste acto de presencia en mi vida