
Empezaré esta especie de carta dándote las Gracias, las Gracias más eternas más grandes y luminosas del mundo porque se que si pudiera escribirlas en el cielo inundarían de luz todo el universo.
Escribo cuando me arde el alma y las palabras apagan mi fuego.
Si crees que lo sabes todo es que todavía no has aprendido nada.
Empezaré esta especie de carta dándote las Gracias, las Gracias más eternas más grandes y luminosas del mundo porque se que si pudiera escribirlas en el cielo inundarían de luz todo el universo.
Escribo esto a pesar de la pereza que me invade y me persigue cada vez que miro cualquier fuente de información incluyendo ponerme por primera vez a escribir al respecto.
A veces definitivamente siento que ya no puedo hacer más. Que lo único que me queda es alejarme ,que a veces el dolor es tan asiduo que te acostumbras a el de una manera que cuesta dejarlo marchar
Si tuviera alas volaría, volaría tan lejos que me perdería, me perdería y no podría volver nunca más.
No vuelvas porque me desordenas la vida, y es curioso porque eres con diferencia, la persona más ordenada que conozco.
Abrázame fuerte, déjame llorar sin consuelo en tus brazos, no ser nadie por un rato, que el tiempo se pare y sienta la quietud de mi alma.
Siento muchísimo haberte hecho daño, siento las lágrimas, los temblores, el desasosiego que te causé. Las ilusiones rotas, los esfuerzos en vano, las dudas, las noches sin dormir, los cigarrillos de más, las charlas infructuosas, mi mirada perdida, mis pocas ganas de seguir, mi melancolía, mi tristeza, los dolores de cabeza.
El sueño, parece no querer abandonarme, ha vuelto el letargo a apoderarse de mí. Es la sensación de estar en un receso momentáneo de los días, de las horas, de la vida…
Por fin ha llegado el día, por fin me encuentro conmigo misma y con mis palabras de nuevo...
He pensado tantas veces en que sería de mi presente si hubiera elegido otros caminos que la sola idea de volver a intentar valorarlo me aburre.
Los pájaros que cada día visitaban mi soleada terraza aún no habían venido, todos los días hacía lo mismo, sacaba al perro a la misma hora y la misma pregunta a horas distintas.
Cada día huele más a verano y todavía es invierno, un invierno que se ríe del frio. Un invierno que no quiere serlo, un invierno que quiere ser primavera, como cuando una mujer siendo morena decide que es rubia.
Sabía que estaba viviendo tiempo de regalo desde que me levantaba por la mañana con la temperatura corporal de una merluza congelada.